Aunque la pauta y la severidad de los síntomas varían
de una persona a otra, el curso de la enfermedad puede ser aproximadamente
dividido en tres etapas, inicial, media y final, con un tiempo de duración
aproximado de 5 años cada una, lo que completaría un curso medio de 15 años
(hasta la muerte). La etapa de la enfermedad condiciona el grado en que el
enfermo demanda cuidados: poca carga instrumental en la etapa inicial y mucha
más en fases avanzadas (Fernández, Grau y Trigo, 012). Podemos agrupar las
necesidades de los afectados por EH y de sus familias teniendo en cuenta las
fases de desarrollo de la enfermedad (HDSA, 2008; NINDS, 2009; Tarapata y
Lovecky, 2010), indicando las tareas que
el terapeuta ocupacional puede realizar en cada una de ellas:
Fase inicial
Al comienzo de la enfermedad, las manifestaciones
incluyen sutiles cambios en la coordinación, algunos movimientos involuntarios,
dificultad al considerar detalladamente problemas, y con frecuencia un ánimo
irritable o deprimido. En esta etapa, la medicación suele ser efectiva al
tratar la depresión y otros síntomas emocionales. Es poco probable que haya discapacidad,
pudiendo el paciente realizar las actividades de la vida diaria (AVD) y
mantener un trabajo (López y Burguera, 2003, 2010). El diagnóstico corresponde
al neurólogo y el terapeuta ocupacional puede aportar la información necesaria relacionada con las dificultades
ocupacionales que se precisará según vayan apareciendo los síntomas de la
enfermedad, así como hacer las primeras valoraciones.
Fase media
Los movimientos involuntarios (corea)
se van acentuando. El habla y la comunicación, la deglución y la alimentación,
el desplazamiento y las AVD comienzan a verse afectados. Asimismo, las
habilidades para pensar y razonar se verán gradualmente disminuidas, y
presentan desorientación y pérdida de memoria a corto plazo. En esta etapa cada
vez será más difícil mantener un trabajo y hacerse cargo de las labores
domésticas. La discapacidad física comienza a ser importante, aumentando la
dependencia para realizar las AVD y disminuyendo la capacidad decisoria y organizativa
(López y Burguera, 2003, 2010). El terapeuta ocupacional es clave en esta etapa
de la enfermedad. Puede anticipar el impacto de la enfermedad y del tratamiento
en el nivel de funcionalidad, evaluándolo y preservándolo, y facilitar las
adaptaciones que la enfermedad vaya demandando, asesorando, entrenando y
supervisando el tipo de ayudas (físicas, verbales, gestuales...) para utilizar
en el hogar y fomentar la autonomía.
Las personas sufrirán secuelas de diversa importancia que
dificultan las rutinas y hábitos relacionados con la autonomía en las AVD y la participación
en la comunidad. La valoración de la Terapia Ocupacional debe recoger los problemas
en el desempeño de las AVD, tanto de las actividades básicas (ABVD), de las
instrumentales (AIVD) como en aquellas incluidas en otras áreas (educación,
ocio, participación social, etc.).
La planificación del tratamiento en estos momentos
debe plantear objetivos orientados a la preservación de la independencia en las
actividades funcionales, del movimiento
y de las habilidades cognitivas principalmente, así como a la promoción de las
actividades de ocio e integración social. El terapeuta ocupacional puede hablar
con la familia sobre las adaptaciones concretas que deberían hacerse en la
casa; las características propias de la EH hacen fundamental que las decisiones
sobre modificaciones estructurales en la
casa e introducción de ayudas técnicas se tomen con antelación. Conforme el
afectado se vaya haciendo más dependiente para el cuidado básico se puede
solicitar la ayuda a domicilio.
Fase final
Los enfermos en la última etapa
padecerán severos movimientos, pero más a menudo sufrirán rigidez. La asfixia
por la comida se convertirá en la mayor preocupación, así como la pérdida de
peso. Los enfermos son totalmente dependientes en todos los aspectos de su cuidado (López y Burguera,
2003, 2010), no podrán ya caminar y tampoco serán capaces de hablar. A pesar de
que las capacidades cognitivas estarán severamente dañadas, generalmente siguen
siendo conscientes de su entorno, son capaces de comprender el lenguaje, y
conocen a sus seres queridos. Los enfermos no mueren por la propia enfermedad
sino por complicaciones, como asfixia o infecciones.
En la etapa final la incapacidad es total. Aunque no
todos los pacientes son susceptibles de
ser tratados por el terapeuta ocupacional, este profesional puede asesorar para
mejorar las condiciones del entorno físico y en el adiestramiento de
actividades de cuidado: cambios en la disposición u organización del espacio
del hogar, adaptaciones, productos de apoyo (por ejemplo camas articuladas,
grúas o colchones antiescaras), técnicas para el manejo del paciente encamado,
mantenimiento de una correcta higiene postural, cambios posturales o transferencias.
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