Las características clínicas que definen la EH son
los trastornos motores, las alteraciones psiquiátricas y el deterioro
cognitivo. Los trastornos motores son los síntomas más llamativos en los
estadios iniciales.
Suelen manifestarse en forma de tics, que se
pueden estar acompañados por ciertos estados de agitación, perjudicando así la
vida cotidiana del paciente. Dichos movimientos son cada vez más frecuentes, y
se hacen finalmente evidentes en la cabeza, el cuello y las extremidades. Los
pacientes terminan por manifestar marcadas alteraciones al caminar, hablar o
comer, y también es frecuente que presenten rigidez, bradicinesia (lentitud de
los movimientos voluntarios asociada a disminución de los movimientos
automáticos) o acinesia (pérdida de movimiento), distonía (contracción
involuntaria de los músculos), trastornos de los movimientos voluntarios y
trastornos de los movimientos oculares, principalmente de los movimientos
sacádicos (rápidos desplazamientos de un punto a otro del campo visual). (1)
Como acabamos de mencionar, los trastornos
psiquiátricos son también manifestaciones frecuentes de la EH. Su prevalencia
varía entre un 35 y un 73% de los pacientes; sin embargo, no suelen seguir el
mismo patrón en todos los casos y, más que específicos, suelen abarcar una gran
variedad de trastornos. Destacan entre ellos síntomas esquizoides, depresión,
ansiedad, trastornos de personalidad, irritabilidad, impulsividad, abuso de
sustancias, trastornos de la conducta sexual, apatía, agresividad y fobias.
Los trastornos cognitivos en la EH suelen seguir
el patrón prototípico de alteración subcortical, que en la actualidad se ha
descrito igualmente en otras enfermedades de afectación subcortical, como la
enfermedad de Parkinson, la parálisis supranuclear progresiva y la esclerosis
múltiple. Todas estas enfermedades suelen manifestarse a través de alteraciones
en el habla (lenguaje disártrico), enlentecimiento de los procesos mentales
(bradifrenia o bradipsiquia) y motores (bradicinesia), alteraciones de la
memoria reciente –principalmente se alteran los procesos de recuperación de la
información–, problemas de atención, alteraciones visuoespaciales y de las
funciones ejecutivas (déficit de planificación y secuenciación).
Se ha informado de que existen diferencias entre
las formas de inicio juvenil o aparición temprana de la enfermedad (antes de
los 20 años) y las de aparición tardía (después de los 55 años). Las formas de
inicio juvenil ocurren en un 3-10% de todos los casos de EH y se han asociado
con un predominio de transmisión de la enfermedad por vía paterna, mayor
presencia de hipocinesia, rigidez y crisis epilépticas y un número mayor de repeticiones
de tripletes CAG. Por otro lado, se calcula que entre un 10 y un 15% de las
personas portadoras del gen suelen presentar la EH tardíamente, lo que se
asocia a un predominio de transmisión de la enfermedad por vía materna, menor
atrofia neuronal, un curso evolutivo más lento, presencia de trastornos
cognitivos leves e incluso, en algunos casos, ausencia de ellos, a lo que hay
que añadir una baja frecuencia, de alrededor de un 2%, de crisis epilépticas.
(2)
Gómez et al, en una investigación llevada a cabo
para establecer la gravedad de los trastornos cognitivos según la edad de
aparición de la enfermedad concluyó que los sujetos con edades de inicio más
tempranas presentan un mayor número de repeticiones de CAG, mayores
alteraciones motoras, mayor disfunción prefrontal y menores trastornos
cognitivos; mientras tanto, en inicios tardíos de la enfermedad, ésta se
caracteriza por ser las coreas las principales alteraciones motoras, y por una
incidencia mayor de los trastornos cognitivos, destacando especialmente la
disfunción visuoespacial. (3)
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